viernes, 18 de junio de 2010

Antonio Arroyo Silva: Con Miguel

Antonio Arroyo Silva: Con Miguel




“Cuando lean mi poema podrán meter sus manos
en el espejo para besar caras que acaban de conocer”

Alí Al Dimshawy /Egipto), El libro del perdón (edición
bilingüe), ed. Al-Alhmad, El Cairo, 2010.


Cuando el poeta expresa su dolor, el odio se vacía. Cuando el dolor humano es un poema encendido en el aire que todos respiramos, empezamos a entendernos. A todos nos duele en el mismo sitio, y que esta no sea considerada una expresión escatológica ni irónica. Nos duele con la misma intensidad. Entonces, somos huérfanos del mismo padre, nos ha parido una misma madre. Hemos llorado por nuestros mismos muertos y celebrado el encuentro con el amor que esperábamos.
Desilusión, abandono, rechazo, humillación, tortura hemos sentido al unísono. Hemos llenado los ascensores hacia el silencio y el olvido. Y, al final, cuando la vanidad se desprende de nuestra piel ajada, nos sentamos a recordar no el dolor sino los momentos aquellos de la sonrisa y el canto, las palabras detrás de las palabras muertas. Y caemos en la cuenta de que somos animalitos caídos al mismo pozo de la vida, por el mismo hueco. Ya no importa caer, el destino será otra flor si extendemos la mano sobre la piel del otro.
Por ello, la poesía no puede pertenecer a nadie (si acaso el poema). El poeta debe ser el primero que debe desasirse de su cantero de inmensidad de la poesía: es un don que le ha sido otorgado y no debe guardarlo en su cartera. Es un ave que se posó un día en su hombro y debe seguir vuelo hacia el firmamento y posarse en el corazón universal, porque la verdadera belleza se produce cuando en un momento determinado los corazones palpitan al mismo tiempo. Y todo por unas pocas palabras que van más allá de las palabras que un día el Poeta soltó al viento como un pájaro libre. Es el caso de Miguel Hernández. Su libertad le costó sangrar, luchar y pervivir en el verso que ahora a todos los seres humanos nos pertenece.
El caso es que esta magia de la que hablo se produjo en Alicante hace unos días. Poetas del Mundo y la asociación cultural ANUESCA celebró en dicha ciudad el Centenario del nacimiento de Miguel Hernández, entre el 9 y el 13 de junio. 37 poetas de distintos lugares del mundo acudimos desde Canarias y España, desde Francia, Suecia, Egipto, México, Chile, Argentina…todos unidos por la palabra de Miguel.
No conocía a nadie, pero tras la emoción de mi primera lectura nos abrazamos todos sin más. Veníamos desde muchos lugares; sin embargo, una sola patria: la palabra y la presencia de Miguel Hernández.
Al día siguiente nos encaminamos a Orihuela.Casino, Catedral…Casa de Ramón Sijé. Dicen que las diferencias sociopolíticas entre Miguel y Ramón les puso una inmensa barrera en su amistad. Pero en los corazones no hay barreras que valgan. La elegía a Ramón Sijé fue el puente que nuestro poeta tendió al enterarse de la muerte de su amigo y no poder reconciliarse con él antes de su muerte. Parece un adelanto de una reconciliación que no se produjo tras la Guerra Civil. Y sin embargo, en la Elegía se enciende una posible esperanza futura, extensible a los dos bandos.
Vivienda humilde del Poeta. Me senté a escribir a la sombra de la higuera donde Miguel compuso, entre tantos, el poema aludido. Pajareó su sombra colmenera. “No el hachazo fortuito/ ni la flecha del verso/ clavándose a las nubes// Siempre estuvo su rayo/ en la fruta mordida/ como un diente de luz”. Qué dolor el de Miguel y el mío, pero ese dolor es luz, es sangre que sembramos en el poema, manantial de los ríos, agua pura de saciar la sed de la verdadera libertad..
Me he sentado en tu higuera, Miguel. Hasta mí ha llegado el aroma de tu verso. No el olor de la tinta políticamente correcta del homenaje institucional de los embalsamadores de pacotilla. Al contrario: todos los que allí estábamos nos hemos sentido homenajeados por ti, en tu rinconcito humilde de aldea. En tu pobre casa y tu habitación sin puertas nos hemos sentido desnudos, y tú nos has dado tus zapatos y tu abrigo.
Al día siguiente, en la Universidad de Alicante, ponencias varias. José Luis Ferdis nos cuenta una serie de anécdotas reveladoras relacionadas con el encuentro de Miguel Hernández con Pablo Neruda en virtud de la cual el primero deja de ser carne de confesionario y el segundo carne del infierno. Así, en un pequeño margen de tiempo el poeta puro y místico elogiado por Juan Ramón Jiménez se transforma en un ángel fieramente humano, como decía Blas de Otero. La vitalidad y la fuerza de las imágenes aferradas a la carne y a la tierra fascinaron a Neruda. Nos contó Ferdis, entre muchísimas cosas más, el enfrentamiento entre Miguel Hernández y Alberti, cuando éste organizaba fiestas y orgías entre la alta burguesía con el fin de ayudar a la II República a luchar contra el fascismo. La condición humilde y humana de Miguel hizo que no cayera en esas contradicciones ideológicas.
Cementerio de Alicante. Donde reposa el Poeta junto con Josefina Manresa y su hijo Miguel. Una loza de mármol blanco y poco más. Un árbol que da sombra…qué grande es la humildad. Todo el universo en un grano de arena. “Aunque bajo la tierra/ mi amante cuerpo esté,/ escríbeme a la tierra/ que yo te escribiré” reza una placa. Lloramos por ti, y te escribimos a la tierra. Nada de lágrimas contenidas y muchas canciones y poemas.
Qué locos estos poetas que vienen de muchos sitios del Mundo a abrazarse, qué locos cuando las instituciones públicas se ven desbordadas con tanto verso y salen a la calle y siguen con su feliz perorata. Y bailan por el paseo marítimo al son del pasodoble o de las olas del Mediterráneo. En el corazón de todos, Miguel Hernández, cuyo rostro, por unos instantes, fue la suma de todos los nuestros más allá de las fronteras idiomáticas. Más allá de los estereotipos y capillas, en la vida misma.

ANTONIO ARROYO 13 de junio de 2010.

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